Sus aguas medicinales y su rico patrimonio son los principales atractivos.
Catí es una población sorprendente que ha sabido conservar y compartir su rico patrimonio, que va desde espectaculares construcciones góticas hasta unas afamadas aguas, pasando por su excelente gastronomía y sus antiguas tradiciones.
Cuenta la leyenda que en 1540 una anciana leprosa y ciega iba camino de Salvasoria, donde se venera una imagen de Santa Lucía, para intentar encontrar alivio a sus problemas de vista. Al pasar junto a un avellano, tuvo un encuentro con la Virgen, que le instó a que se mojara con las aguas de la fuente cercana. Así lo hizo la anciana, quien de inmediato quedó completamente curada.
Este relato hizo que los vecinos de Catí, plenos de fervor, erigieran en el lugar una primera ermita (sustituida dos siglos más tarde por la actual) con hospedería. Más tarde llegarían las fondas y los chalets particulares que hoy, junto a la planta envasadora del Agua de l’Avellà, conforman el paisaje del Balneario, convertido en un destino de turismo de salud perfectamente equipado.
Aparte del tesoro natural (espectaculares paisajes y un agua de probados beneficios para las afecciones de la piel y el riñón) destacan las pinturas murales de la ermita, cuyas paredes están pintada hasta el último milímetro por el autor Pascual Mespletera, prestigioso autor barroco, entre los años 1737 y 1740. Faltan ojos para admirar tan bellas pinturas, recientemente restauradas por la Diputación de Castellón.
Al santuario y Balneario de L’Avellà se llega por una carretera que, atravesando un túnel, parte desde Catí. Esta es una villa fundada como aldea de Morella tras la conquista del Rey Jaime I. El comercio de la lana le procuró una prosperidad que hoy se traduce en la existencia de interesantes edificios góticos civiles, como el antiguo Ayuntamiento con su bella lonja,la Casa Miralles, la Casa dels Montserrat, la Casa Espígol, la Casa Martí o la Casa Roca. A ellas se une la iglesia, con su recio campanario y cuadrado y el retablo de San Lorenzo y San Pedro de Verona, obra de Jacomart ubicada en la capilla de los Espígol.
Parte del patrimonio de Catí puede saborearse. Es el caso de los turrones artesanos que se elaboran en la misma población o del afamado queso de Catí, cuya preparación como queso fresco es la más conocida.
Tampoco pueden olvidarse las ricas tradiciones. Destacan una de las rogativas más importantes del Maestrazgo, la que se realiza desde Catí a Sant Pere de Castellfort el primer domingo de mayo y la Romería a la ermita de L’Avellá, el 8 de septiembre.